miércoles, 23 de septiembre de 2015

Silueta de Puerto Ferro


En abril del 2013 visitamos la reserva natural de Vieques, Puerto Rico, con el propósito de ejecutar una obra regenerativa en el ecosistema del lugar. Más bien llegábamos en busca de una idea que se integrara en la propia otología del territorio mediante el manejo de sus recursos naturales, pero sobre todo, para esclarecer contextos históricos ocurridos en el área. De entrada, nos interesaba el hecho de que la reserva le había pertenecido por 6 décadas a la marina militar de los Estados Unidos y por fin cumplía su primera década libre de los ejercicios bélicos que por tanto tiempo allí se realizaron. 

Aún 10 años después de que cesaran las actividades militares, seguía el lugar inhóspito por la contaminación de tanta artillería detonada y sus remanentes explosivos. Es triste pensar que la transformación geológica del paisaje realmente figura una huella irreversible en el territorio. Nos abrumaba la sensación de saber que jamás regeneraría el paisaje en lo que una vez fue antes de quedar totalmente devastado por los bombardeos. Las agendas de limpieza, conservación y reforestación suman de igual forma a las actividades antropogénicas de nuestra relación con el medio ambiente, puesto que reconstruyendo idealizan el paisaje al gusto y a la semejanza del ser humano. Habrá que preguntarse primero: ¿Cuál es nuestra concepción de una reserva silvestre en este ecosistema que nunca estudiamos ni documentamos a tiempo antes de destruirlo? ¿Cómo es que ahora nos interesa restaurarlo y para qué finalidades económicas de explotación en el futuro reservamos el territorio?


La idea de un “man-made man-grove” surgió de manera espontanea, tan pronto llegamos a Puerto Ferro y notamos que el mangle rojo se encontraba en el pleno apogeo de su fructificación. Entender el proceso natural de cómo la especie supervive y deja caer sus semillas cónicas como proyectiles hincados en el sustrato movedizo donde germina, nos sugirió el pretexto oportuno para articular formalmente la construcción de la obra. Fantaseábamos con un cuerpo yacente, sembrado como isla y emergiendo sobre la superficie del agua hasta eventualmente echar las raíces que nos hicieran reflexionar en la huella de nuestro impacto humano. De inmediato comenzamos a recolectar la semilla del mangle, a organizarla en orden de tamaño y a sembrarla, una a una, en una parte de la bahía no profunda, pero que a su vez estuviera protegida del marullo que bate en la orilla. 

Curiosamente, David Sanes, también cumplía el catorce aniversario de su fallecimiento. Su muerte fue un suceso atroz que se recuerda en la isla porque fue el incidente que recrudeció las protestas para expulsar la marina militar de los Estados Unidos de Vieques e inspiró la opinión pública ante la defensa del territorio. Este hecho histórico era importante revivirlo en la obra, no solo porque implicaba el terrible suceso de una víctima fallida por los bombardeos en el área, sino también porque se relacionaba con el paisaje mismo dónde trabajábamos. Lo más lógico al momento era construir con semillas la silueta de un cuerpo yaciente, sepultado y germinando sobre la superficie del agua, como metáfora del renace. De esta manera reflexionábamos acerca de nuestra huella antropogénica en el territorio y de las consecuencias que implicaron nuestras propias prácticas irresponsable en el ecosistema.


Otro hecho histórico que sin duda alguna también esclarecía, quizás a través de un inconsciente colectivo, era el hallazgo arqueológico del Hombre de Puerto Ferro. Es oportuno recordar que no muy lejos del emplazamiento donde interveníamos, se había encontrado la osamenta de uno de los primeros habitante en la isla. Los antropólogos aseguran que este hombre partencia a los primeros pobladores del caribe, mejor conocidos como los Arcaicos. Según estudios forenses los restos datan 4,000 años de antigüedad y le pertenecieron a una persona de aproximadamente 45 años, similar edad a la que David Sanes tuvo cuando murió impactado por un misil durante horas de trabajo en el mismo territorio. 

¿Tendrá este paisaje específico una relación intrínseca con nuestros ancestros, a pesar de la larga evolución del territorio hasta el presente? Parecía el pasado germinar de preguntas mientras investigábamos hipersensibles a la idiosincrasia enterrada de la reserva. La respuesta fue una huella antropométrica, pero regenerativa, como evidencia de la resiliencia socio-ambiental. No sólo la silueta emergía sobre la superficie del agua para denunciar nuestro rastro antropogénico, sino también para inspirar la irónica esperanza de algún día recuperar aquello que perdimos con nuestra propia actividad. Meses después empezaron las semillas a echar raíces, a brotar sus hojas y eventualmente retoñar. Según se desarrollaba el mangle que habíamos sembrado, la silueta perdía su semejanza humana. Finalmente la huella se convertía en parte integral del paisaje con su propia forma y función biológica en el ecosistema. Hoy día la silueta antropomórfica no existe, pero sí queda un mangle frondoso, esparramando lentamente su crecimiento en proyectiles de semillas por toda la costa verde de Puerto Ferro.

2 comentarios:

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